Un cuento que inventé ayer...
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Había una vez una hermosa y dulce princesa que habitaba los cuartos más confinados de una catedral oscura y fria. Se llamaba Annabelle y pasaba los días en aquél lugar desde que era muy pequeña, pues padecia de una extraña e incurable enfermedad que la imposibilitaba enfrentarse a la luz del sol. Tan inédito e insospechado era su mal que ni las hadas, curanderos, brujas ni sacerdotes del reino pudieron descifrarlo.
La princesa gastaba sus días cantando óperas con su maravillosa voz, pues esto era lo único que pudo aprender en su triste vida. Día a día entraban al templo las personas y se hipnotizaban con la hermosura de las canciones, pero nadie sabía de dónde provenían.
Cierto día llegó al reino un príncipe proveniente de un lejano reino y escuchó también la bella música que los labios de la princesa cantaban, y quedó maravillado al instante. Buscó con desesperación algún indicio que lo llevara hasta la intérprete de tan dulces melodías y despúes de muchos frustrados intentos dio con el cuarto. Ella, que estaba en penumbras, se asustó con aquella interrupción pero el príncipe cayó sus labios con un beso que le enamoró al instante. Así, acordaron verse cada noche bajo la luz de las velas y comenzaron a enamorarse. Ramel, el príncipe, le llevaba a diario una flor del jardín de su palacio; así, ella se sentiría más viva al contacto con algun elemento del mundo exterior.
Un día de navidad, despúes de que el príncipe visitó a la princesa, se fue rumbo al palacio para celebrar las fiestas con su familia. pero la desgracia hizo que su corcél perdiera el equilibrio y cayó a un barranco perdiendo la vida instantaneamente. Cuando Annabell se enteró del suceso, salió en llanto a despedir a Ramel en el cortejo fúnebre. El pueblo se sorprendió al verla: era blanca como el hielo, y hermosa como ella misma. Su delgada figura envuelta en oscuros mantos tiritaba de miedo ante todo lo desconocido.
Ramel fue enterrado en un barranco junto al mar y nadie pudo conseguir que Annabell se moviera de aquél sitio en todo el día. la luz del sol quemaba su piel sin clemencia y una fiebre terminó por aniquilarla.
Sus funerales se hicieron aquella misma noche bajo la luz de la luna, y todo el pueblo pudo admirar por última vez su hermosura antes de que fuera entregada a al tierra. Finalmente fue enterrada junto a su amado. Nunca más se escuchó música tan bella en aquella tierra ni se lloró tanto por tristeza ajena.
miércoles, septiembre 15
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