
Hay varios fenómenos destacables a la hora de hablar de medios de transporte urbanos.
Cuando me subo a las micros, por ejemplo, mi mente se abstrae unas 10 veces más de lo normal y me torno melancólica o extremadamente soñadora.
No sé si será el efecto hipnótico de sentir que te dejas llevar o la sensación de relajo que te provoca mirar el paisaje que se torna deforme con la velocidad a la que vas.
Al final me di cuenta que todo era el efecto de la música. Nunca podría abstraerme cuando viajo en una micro si no fuera por la ayuda de mi mp3 con los temas que me hacen soñar.
Otra cosa es el metro. A veces se torna extremadamente aburrido. Pero si intentas bajarte, por ejemplo, en estación Santa Lucía, te puedes divertir mucho tiempo mirando a la gente que espera a alguien en el sector de la boletería.
A veces confieso que he deseado que a quien espero se demore en llegar para poder observar cómo actua la gente cuando se dan cuenta de que, probablemente, la persona a quien esperan podría no llegar con ellos.
Es como si el mundo se les viniese encima de repente y puedes ver fácilmente su cara de desesperación acechante hacia ambas salidas.
En esos momentos te das cuenta de que los seres humanos somos susceptibles a más no poder. El mundo no se viene abajo si alguien te deja esperando. Puedes fácilmente hacer cosas solo pero, ¿Por qué será tan complejo el que alguien no llegue a una cita concertada?, es como si te sintieras perdido y completamente solo, como un niño que nunca ha salido solo a la calle.