lunes, junio 26

A mi abuela


Durante estos días me ha venido muy fuerta la fiebre del recuerdo. Y ahora que escucho a Bach, me inspiro para escribirle a ella...a mi abuela querida. Y ojo que no es fácil; tengo como una hojarazca de lágrimas en la garganta.

En mi pasado lejano conocí a una mujer fuerte y tierna que, cual ángel protector, me recibió en sus brazos cuando nací. Ahí estaba yo, su primera nieta consentida e inexperta.
Esta mujer, creyente fervorosa de la fe católica y nacida de una numerosa familia con padres fuertes y conservadores, me contaba cuentos para que yo me quedara dormida. Sí...ella tiene una gran imaginación. Diversos animales participaban de sus historias nocturnas, desde elefantes carismáticos con sus hijos perdidos hasta chanchitos sucios que no se querían bañar, por lo que recibían un gran castigo de sus padres allá en la granja. Jaja...yo creo que de solo pensar en vivir esa situación denuevo se me caen las lágrimas. No podiamos olvidar rezar antes de dormir, con los rezos que ella misma me enseñaba. Y si el sueño era demasiado como para hablar con dios, ella nos persignaba con su propia mano.

Mi abuela me defendía cuando mi mamá se enojaba; yo me escondía detrás de sus faldas y ahí me sentía segura: nada podría pasarme.
Incluso, cuando jugabamos a la "huerfanita", ella me adoptaba a mi a y mis muñecas y se convertía en una buena madre...que tiempos aquellos!.
También haciamos sopaipillas y yo podía deleitarme formando distintas figuritas con la masa, que luego caían al sartén y se freían alegremente para mí. Incluso me cuenta que, cuando ibamos a la playa, yo le pedía que nos quedaramos allá para siempre. Y pensar que luego en mi adolescencia me aburría tanto allá en mis vacaciones... y ella se daba cuenta de que la niña estaba creciendo. De que ya no le gustaban los cuentos ni los abrazos, ni los paseos a la playa y mucho menos hacer sopaipillas.

Mi abuela también estuvo cuando mi papá se fue y mi mamá se deshacía en lágrimas, inconsolable por todos los rincones. Ella nos cuidaba y nos llenaba la vida de alegría. Yo tenía miedo, sí, pero ella nos cuidaba a mi y a mi hermana.

Y pensar que la primera vez que se enfermó yo no me preocupé. No la visité en la clínica ni mucho menos la llamé para desearle suerte o preguntarle como estaba. Solo me encerré en mi independencia cruel y nada me importó. Tal vez sábía que iba a mejorarse, lo sabía desde el interior de mi corazón, a pesar de que todo el mundo lloraba y se lamentaba de su gravedad tan extrema que la llevo a los umbrales de la muerte. Pero no, no se fue, yo creo que su gran fe la salvó.

Mientras escribo, los recuerdos van decantándose lentamente de mi cerebro (y e mi corazón), y sigo pensando en esas navidades tan mágicas que vivía yo cuando era chica. Ese árbol gigante que mi abuelo ponía en el living y que mi abuela decoraba con tanto cariño con figuras antiguas de navidades ancestrales, me hacían amar la navidad con verdadero fervor. En realidad no hay ninguna navidad de mi vida que yo haya pasado sin mis abuelos y ese árbol gigante que decora elliving con sus lucecitas de colores.
No debo olvidar mencionar que mi abuela siempre fue una gran cocinera. Las cenas de navidad no eran menos importantes que los almuerzos de los domingos en su casa. Y toda la familia ya conoce bien los queques, los pasteles de manzana, las mencionadas sopaipillas, la exquisita carne al jugo y tantas otras cosas exquisiteses que tuve la suerte de probar durante mi vida...

Y ahora, que lloro como una niña al pensar en ella, me siento feliz de poder tenerla conmigo. De haber vuelto a hacer sopapillas juntas hoy durante la tarde, de seguir haciendo figuritas infantiles con la masa, de no ser tan pequeña para poder ayudarle a amasar con más fuerza y de poder escuchar con más atención cada cosa que me dice y me enseña. Y es que no me interesaba tanto la receta de las sopaipillas como el estar con ella y disfrutar de su compañía. Es que esa es mi forma; creo que olvidé abrazar como lo hacía cuando niña, pero mi corazón recibe pertináz todo el cariño que me rodea. Claro que, debo aceptar que echo de menos el ser pequeñita para caber en sus brazos y escuchar con atención sus cuentos antes de dormir, totalmente inocente de todo sufrimiento, y volver a esa época donde todo era paz y emociones dulces y yo amaba la navidad y no tenía miedos.

Así es que debo agradecerle tantas cosas a esta mujer tan fuerte y delicada a la vez.
Me gustaría tener su valentía, su coraje para enfrentar situaciones y salir estoica de cada desafío. Me pregunto si sabrá que yo soy tan cobarde...

Pero quiero entregarle esta carta algún día para demostrarle cuanto cariño de ella corre por mis venas, cuantas emociones y enseñanzas dejó ella en mi corazón, cuanto la quiero.

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